El colapso de la “Eterna Primavera”

 

“Región montañosa de Zacapa, Guatemala”
Fuente: Marco A. Mérida Serrano (2016-2018)

Marco A. Mérida Serrano
Ingeniero Agrónomo
Estudiante, Maestría en Desarrollo Rural
Universidad Nacional, Costa Rica

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Número 1
Publicado: 22 de setiembre de 2021


La diversidad climática con la que cuenta Guatemala es una de sus principales características. De acuerdo con la clasificación de zonas de vida de Holdridge, en Guatemala se puede encontrar Bosque Húmedo Tropical, con una precipitación pluvial que puede ser mayor a los 2800 mm anuales, temperaturas de 10° a 24°C y una humedad relativa superior a 95%. También puede encontrarse Bosque Seco Sub Tropical, con temperaturas de 40°C, precipitación pluvial de 600 mm al año y humedades relativas de 60%. Esto permite que exista una amplia diversidad de flora y fauna endémica, distribuida en todo el territorio nacional. Además, estas particularidades favorecen la diversidad de cultivos y que se produzcan de manera extensiva.

La zona clasificada como Bosque Seco Sub Tropical se ha denominado inadecuadamente “corredor seco”. La cantidad de lluvia siempre ha sido de 600 a 800 mm por año. Sin embargo, en los últimos veinte años el régimen se ha modificado, generando inicios tardíos de la temporada lluviosa, canículas más prolongadas, anticipación del inicio de la época seca y lluvias torrenciales. La irregularidad de la precipitación ha repercutido en escasez de agua para consumo humano, pérdidas de cosecha en fincas de granos básicos sin acceso a riego, así como reducción de afluentes de agua superficiales, entre otras consecuencias.

En condiciones normales, el corredor seco comprende los departamentos de Chiquimula, Zacapa, El Progreso, Baja Verapaz y una parte de Quiché. Empero, en la actualidad se contempla una ampliación de esta zona geográfica. Esto supone incluir municipios de Quiché y algunos de los departamentos de Huehuetenango, Alta Verapaz, Guatemala, Totonicapán, Jutiapa y Santa Rosa. A esto se le ha denominado como “corredor seco extendido”. Esta ampliación de cobertura es el efecto claro del cambio climático y es el resultado de las prácticas destructivas del medio en el que la sociedad se desenvuelve.

Por un lado, la deforestación hace que el clima cambie y, como consecuencia, algunas especies de flora y fauna no tienen la capacidad de sobrevivir, dando como resultado que los espacios naturales se pierdan y el ciclo de vida que éstos soportan se rompa y se modifique. Por otra parte, la contaminación generada hace que la naturaleza no tenga una adecuada regeneración, al extremo que existan zonas casi desérticas que antes no lo eran.

Otro aspecto clave es que la producción agroindustrial es muy importante para la economía local. Cultivos como caña de azúcar, palma africana, banano, plátano, melón, cardamomo y café han ocupado grandes extensiones de terreno, provocando un avance de la frontera agrícola, una apropiación indebida de recursos hídricos y el uso irracional de plaguicidas. Esto ha generado efectos colaterales como la pérdida de biodiversidad y contaminación de todo tipo.

Un claro ejemplo es el efecto del monocultivo comercial en el corredor seco, el cual se puede evidenciar en el Valle del Motagua. Son grandes extensiones de terreno a orillas del río, aptos para la agricultura, con disponibilidad de riego, adecuados para el uso de maquinaria y muchas más características para la producción intensiva. Lo irónico del caso es que la infraestructura de riego para toda la zona fue realizada por el Estado, con el fin teórico de mejorar la vida de la población rural de la zona. Sin embargo, en la actualidad, tres empresas tienen el acceso total a las tierras irrigables, produciendo melón en la época seca con el uso de riego, así como maíz en la temporada de lluvia.

Lo anterior tiene dos efectos importantes. Primero, el ecológico. Hay una pérdida paulatina de la calidad del suelo por el uso constante y repetitivo del cultivo a sembrar. Asimismo, este proceso provoca la contaminación del agua que llega al río, así como la propagación de plagas que llegan hasta las zonas de ladera; agua y laderas que son utilizadas por los pobladores de la zona para subsistir. Segundo, el económico. Las personas que viven en la zona solo tienen la posibilidad de utilizar terrenos improductivos, teniendo implicaciones directas en su calidad de vida.

Las personas que habitan en comunidades rurales del corredor seco son principalmente agricultoras de maíz y frijol. Durante la temporada de lluvia siembran dos veces al año, pero en terrenos de ladera, con un potencial agrícola muy bajo, sin los recursos económicos suficientes para poder realizar un adecuado manejo de cultivo. Sin acceso a riego, con materiales de siembra criollos de bajo rendimiento y sin el conocimiento adecuado para poder hacer una selección de semilla. Todo lo anterior hace que las personas que dependen de la agricultura sean productoras de subsistencia, impidiéndoles producir la cantidad necesaria para poder abastecer sus necesidades, lo que las lleva a vivir en una situación de inseguridad alimentaria.

En esta población también existen problemas de degradación ambiental. La misma necesidad de obtención de recursos para la subsistencia hace que el entorno, ya de por sí afectado, se degrade aún más. Por ejemplo, la necesidad de obtener mayor producción de granos básicos en terrenos con bajo potencial agrícola, y sin recursos tecnológicos, provoca que se siembre en una mayor extensión territorial. Aunado a ello, prácticas culturales como las rozas, excesivas limpias del terreno, limitadas o nulas estructuras de conservación de suelo y siembras a favor de la pendiente, hacen que la productividad sea cada vez más baja y, por ende, sus rendimientos sean insuficientes. Además, la tala inmoderada provoca diversos problemas. Debido a las condiciones climáticas, la regeneración vegetativa es mucho más lenta que el flujo de extracción, deteriorando las zonas de recarga hídrica, desprotegiendo y contaminando los afluentes de agua, reduciendo la disponibilidad de agua superficial hasta perderlos en su totalidad.

Entre 2013 y 2018, trabajé en el corazón del corredor seco, en comunidades del municipio de San Agustín Acasaguastlán, del departamento de El Progreso. Una de las comunidades en mención es El Guapinol, donde nace el río Agua Hiel, parte de la cuenca del río Motagua, donde tuve la oportunidad de observar el deterioro paulatino de la zona. El panorama era crítico: degradación comercial forestal en la parte alta de la Sierra de las Minas, ampliación del área de siembra en condiciones de ladera, extracción sistemática de leña por parte de los habitantes de la zona y poca voluntad de reforestar, así como uso irracional del agua del río en las comunidades que habitan a orillas de su cauce. En 2018, el río que, en época seca, aunque bajaba su caudal nunca se secaba, redujo su caudal a tal punto que, en la comunidad siguiente, ya no existía.

Esto generó un impacto impresionante en la comunidad: las personas tuvieron que ir a pequeños nacimientos de agua a recolectar para consumo humano. Ya no podían lavar ropa (que también es una fuente de contaminación) y el modo de vida se alteró sustancialmente, empleando gran parte de su tiempo para la recolección de agua, lo que redujo sus ingresos y el tiempo empleado para actividades productivas.

Lastimosamente, puede anticiparse para el futuro condiciones similares en otros territorios del “corredor seco ampliado”. Con tan solo la irregularidad en el inicio de las lluvias, la población ya no puede sembrar en el tiempo que normalmente lo hacía, generando mayor incertidumbre en las estimaciones de producción. La ampliación de la canícula genera pérdidas de cosecha porque es justo cuando la mazorca está llenando su fruto y el requerimiento de agua por parte de la planta es muy alta, lo que aumenta el riesgo a pérdidas. Además, los requerimientos de agua para consumo humano serán considerablemente mayores debido a que aumenta la necesidad de hidratación.

Ante esta problemática, surge entonces la pregunta: ¿Qué hacen las instituciones públicas o privadas al respecto? En realidad, es posible decir que poco o nada. El Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA), con agencias de extensión rural en cada municipio del país, no tiene dentro de sus funciones promover prácticas de adaptación al cambio climático. Además, carece de recursos para movilizarse hasta las comunidades y, por lo tanto, tienen una limitada cobertura e interacción con la población rural. En el caso de las ONGs, promueven procesos asistencialistas que impiden generar resiliencia a nivel comunitario. Por otro lado, el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN) funciona como un ente generador de leyes, lineamientos y reglamentos, pero sin una acción importante a nivel territorial.

Esto hace que el deterioro del medio ambiente que se vive actualmente en el país no tenga ningún freno práctico directamente en el campo. Por ejemplo, la zona de la Sierra de las Minas, la cual es una de las áreas de recarga hídrica para el corredor seco, se ha visto seriamente deforestada por la extracción ilegal de maderas finas sin mayores restricciones y, aunque existe un ente policial a cargo de evitar los delitos ambientales y capturar a quienes incurran en ellos, el nivel de corrupción es tan alto que no se realiza nada al respecto.

La producción agrícola no será posible si no se utilizan fuentes de agua subterráneas, lo que implica que el agricultor tradicional “aventurero” no podrá producir y, por lo tanto, deberá cambiar de medio de vida, con repercusiones económicas, ambientales y sociales.

¿Y qué ocurrirá con la ampliación del corredor seco? Si la temperatura aumenta y el régimen de lluvia cambia, seguramente como cualquier proceso de evolución, solamente las especies que tengan capacidad de adaptarse sobrevivirán. Esto implica que las nuevas dinámicas del clima ampliarían la desertificación del territorio y las especies endémicas dejarán de existir. Por ejemplo, especies como el “pinabete”, o coloquialmente llamado “Parchaque”, especie endémica del país y de difícil reproducción, ya no tendrá el clima óptimo de reproducción hasta la pérdida de la especie.

La política, el crecimiento económico, la calidad de vida y el ambiente seguirán relacionándose como hasta ahora. El futuro del país no es alentador. No se hace nada diferente a lo que tradicionalmente se está acostumbrado. Las personas que llegan a cargos públicos con poder de toma de decisiones a nivel país se venden al mejor postor y, a partir de allí, todo lo que permita enriquecerse es válido, sin importar los daños en el ambiente o la calidad de vida de la gente.

Los cambios ambientales se están dando aceleradamente. Las modificaciones en el ambiente pueden visualizarse en períodos de tiempo cortos, lo cual debería de ser un factor de preocupación general de la población. Si no existen cambios sustanciales en el uso irracional de los recursos naturales y se deja de visualizar el planeta desde una visión egocentrista, la sociedad no cambiará y continuaremos caminando rápidamente a la destrucción.

La vida de ser complicada para la población pasará a ser caótica. ¿Dónde producir sus granos básicos?, ¿En qué podrá trabajar la gente?, ¿Dónde obtener agua para consumo humano?, ¿Habrá producción pecuaria? Seguramente no habrá producción pecuaria ni agrícola. Las personas deben cambiar su medio de vida porque definitivamente alimentarse saldrá excesivamente caro.

Guatemala hoy depende de la agricultura familiar para abastecerse de alimentos. Sin embargo, esta agricultura no existirá en el futuro. El agua superficial será utilizada únicamente por los grandes productores, protegidos por leyes establecidas en beneficio de los más privilegiados. En un ambiente político y social como el guatemalteco, con los niveles de pobreza, desnutrición y calidad de vida existentes, seguramente habrán muchos conflictos sociales que no pasarán de implicar las renuncias de dos o tres figuras políticas. Pero los procesos seguirán de la misma forma, como hasta la fecha sucede, porque simplemente no existen organizaciones de base prósperas. Todo seguirá dependiendo de la acción de un caudillo, junto con su cúpula de poder, que actuará sin velar realmente por la prosperidad del país, de todo el país.

Acerca de

La Maestría en Desarrollo Rural es un programa académico de posgrado conducente al título de Magister Scientiae en Desarrollo Rural. Desde mediados de la década de los 70 se planteó realizar un posgrado en extensión y desarrollo rural, iniciativa que se retomó posteriormente con base en importantes experiencias de varias unidades académicas, acumuladas desde la fundación de la UNA en 1973.

El programa evolucionó para entender las necesidades de estudiantes que se encuentran trabajando en diferentes regiones rurales de América Latina y que no pueden desplazarse a centros urbanos o a Costa Rica. Los cursos y actividades académicas se administran desde plataformas ubicadas en Texas, Estados Unidos, lejos de condiciones climáticas adversas, con el fin de garantizar conexión permanente a los diferentes usuarios en América 24/7.

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