La ruralidad y el futuro migratorio en Centroamérica

 


“Inmigrantes”, Francisco Amiguetti (Sfch.)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr

Yuliana Quesada Quesada
Economista agrícola
Estudiante, Maestría en Desarrollo Rural
Universidad Nacional, Costa Rica
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Número 2
Publicado: 29 de setiembre de 2021


Tres de cada cuatro personas en situación de pobreza viven en la ruralidad. La escasez de empleo, las limitaciones de servicios básicos e infraestructura, los conflictos ambientales y el acceso a la tierra son factores que acentúan este problema. Hay un origen claro: el sistema económico, el cual depende de esta realidad social para existir y reproducir el capital. A estas circunstancias, se deben añadir los impactos del cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales en los espacios rurales, en los que la pérdida de biodiversidad es cada vez mayor, transformándose en una preocupación in crescendo para los hogares más vulnerables.

Las consecuencias de esta situación son diversas. Los flujos migratorios del campo a los centros de ciudad son persistentes, principalmente de jóvenes. Esta es una problemática que el documental “Casa en tierra ajena” expone de forma inquietante, mostrando a una Centroamérica como la segunda región en el mundo con las tasas más altas en migración y urbanización. No es casualidad que, para el año 2050, de acuerdo con estadísticas del Banco Mundial, Centroamérica llegue a duplicar la población urbana, implicando una transformación en los espacios rurales.

La disminución de la población joven en la ruralidad puede llegar a comprometer la producción alimentaria y el impulso en general del sector agropecuario, generando un círculo vicioso de escasez y necesidades en los centros urbanos, dada la movilidad y las limitantes en oportunidades de empleo. Esta problemática centroamericana puede llegar a agudizarse en el año 2050, debido a la sobrepoblación proyectada en los centros de ciudad. Esto nos hace reflexionar sobre los distintos factores causales y las condiciones socioambientales de ese futuro próximo.

Es vital considerar, en el análisis prospectivo, que los asentamientos humanos en la ruralidad suelen concentrarse en zonas vulnerables a desastres naturales, como derrumbes e inundaciones. Esta es otra de las causas que acelera la migración. Junto con el tema social, el deterioro de las condiciones climáticas y del medio ambiente, la incorporación de tecnología en labores agrícolas y los altos porcentajes de pobreza, hacen que esta migración campo-ciudad siga siendo una cuestión por abordar.

En la actual pandemia, el aislamiento y las restricciones sanitarias han acrecentado las carencias en los espacios rurales y la sobrepoblación en los centros de ciudad. Condiciones como la deforestación, erosión de suelos, cambio climático, pérdida de agrobiodiversidad, falta de mercados justos, migración de jóvenes y violencia, son algunos de los principales problemas que amenazan al mundo y, sobre todo, a Centroamérica. A ello se suma la falta de integración de políticas agroalimentarias, además de las vulnerabilidades político-culturales y socioambientales, acumuladas por décadas.

Asimismo, un tema que agrava la situación migratoria de muchas familias es no contar con una vivienda digna. Esto las obliga a asumir alquileres o créditos impagables, precarizando las condiciones y optando por buscar alternativas en otros países. En Centroamérica, el déficit habitacional crece a un ritmo aproximado de 4% anual, significando que cada año hay más familias sin un lugar para vivir. El hecho de posibilitar una vivienda digna puede coadyuvar a evitar la problemática migratoria.

La concentración urbana, debido a la migración campo-ciudad, puede terminar siendo grave en el año 2050, no solo por la necesidad de alimentación y el agotamiento de los recursos naturales, sino también porque implica niveles mayores de contaminación, lo cual estimula la no recuperabilidad de los hábitats. La extinción del sapo dorado en Costa Rica, en Monteverde, constituye un claro ejemplo de lo anterior, siendo una gran pérdida ecosistémica. El efecto de esta reducción de biodiversidad evidencia la clara afectación sobre el futuro: justo en 2050, se espera que la población mundial llegue a los 9700 millones de personas.

Distintos autores han postulado que el problema poblacional no posee una solución técnica. A pesar de que algunas personas se angustian ante el crecimiento demográfico, lo que buscan es evitar el abandono del estado de confort o los privilegios de los que hoy en día gozan. Por consiguiente, la miseria humana aumentará si en el futuro inmediato no se asume que la naturaleza es finita y que, en un mundo limitado, no se puede sostener las necesidades desmedidas del ser humano.

Lo anterior se ha potenciado con la falsa concepción ilustrada de “progreso”. Es decir, se ha ligado el desarrollo al crecimiento económico, de modo que el problema no es solo el crecimiento demográfico, sino que está además relacionado con el esquema capitalista de progreso y la necesidad de crecer económicamente, a través del espejismo de las necesidades ilimitadas del ser humano. El propio sistema nos enlaza con ese consumismo. A pesar de que lo reconozcamos frente a un “espejo”, nos enajena y, por ello, a la propia dinámica le funciona que exista sobrepoblación en los centros de ciudad porque significa más consumo, más capital, sin importar lo que provoque en el medio ambiente. Debo aclarar que más población no significa más crecimiento, pero sí para un sistema como el actual.

La pandemia actual ha generado condiciones muy críticas en los países centroamericanos, sobre todo para los espacios rurales, los cuales dependen del turismo, de actividades comerciales y agropecuarias, que al día de hoy siguen sufriendo las consecuencias de los confinamientos y cierres de las fronteras. Como parte de las presiones por una recuperación rápida y sin limitantes ante la pandemia, se han discutido temas álgidos como la minería a cielo abierto, la explotación de hidrocarburos, una mayor expansión de cultivos de alto impacto (como la piña y palma aceitera en el caso costarricense), la pesca de arrastre o presiones incluso sobre el recurso forestal. Todo lo anterior hace entrever que la pandemia ha estimulado el discurso del extractivismo como paradigma y estrategia.

Como se mencionó al inicio, la pobreza empuja también la crisis actual y futura. No tanto porque las personas en esta condición sean quienes amenacen el ambiente por sí mismas, sino porque esa búsqueda de supervivencia impulsa prácticas negativas para los recursos naturales. En vez de soluciones colectivas y sostenibles, se incentiva la concientización individual, aunado al problema de que en los territorios rurales, las organizaciones sociales suelen tener nula, o escasa voz, para la toma de decisiones a nivel productivo, económico y político.

A pesar de que no exista una tendencia marcada, en Centroamérica también se ha observado la movilidad de personas hacia el campo, en busca de una vida más “tranquila” y de conexión con la naturaleza. Es un tipo de “escape” motivado por aquella angustia por el crecimiento demográfico, que busca esquivar esta realidad a través del contacto en “armonía” con el medio, produciendo orgánicamente, reinventando dietas alimentarias y dotando de empleo a las personas que viven en la comunidad. Esto conlleva a generar una dinámica rural novedosa, incluso los medios de vida y acceso a los mismos son muy diferentes.

Como sociedad debemos debatir sobre la estrategia pos-pandemia y superar estas disyuntivas. Es necesario entender que el cambio no puede ser coyuntural o bajo un enfoque economicista. Se requiere una transformación de la visión del sistema que coloque lo ambiental como prioritario y, en consecuencia, los temas sociales. Una transformación mediante soluciones colectivas, que considere las particularidades que caracterizan a los territorios rurales. Como es dicho en “Casa en tierra ajena”, “No más muros, nadie es ilegal”, y no solo en el tema migratorio, sino en todos los ámbitos de la vida.


Referencias bibliográficas

Merino, Leonardo y Chacón, Karen. Pandemia y ambiente: riesgos y oportunidades para un debate sobre la crisis. Costa Rica: Programa Estado de la Nación, 2021.

Villalobos, Ivannia. "Casa en tierra ajena". Costa Rica: UCR-UNED-CONARE, 2016.

Acerca de

La Maestría en Desarrollo Rural es un programa académico de posgrado conducente al título de Magister Scientiae en Desarrollo Rural. Desde mediados de la década de los 70 se planteó realizar un posgrado en extensión y desarrollo rural, iniciativa que se retomó posteriormente con base en importantes experiencias de varias unidades académicas, acumuladas desde la fundación de la UNA en 1973.

El programa evolucionó para entender las necesidades de estudiantes que se encuentran trabajando en diferentes regiones rurales de América Latina y que no pueden desplazarse a centros urbanos o a Costa Rica. Los cursos y actividades académicas se administran desde plataformas ubicadas en Texas, Estados Unidos, lejos de condiciones climáticas adversas, con el fin de garantizar conexión permanente a los diferentes usuarios en América 24/7.

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